La mitología india describe Hariti, conocida también como Saraswati o Kishimojin,
como madre amorosa de una multitud
de niños. Sin embargo, su amabilidad al principio escondía sentimientos monstruosos, ya que
ella alimentaba a sus hijos secuestrando y matando a los
hijos de otras mujeres.
Quien escribe es una persona atea, pero la figura
de la diosa Kishimojin es un elemento
útil dentro de la temática que tratamos en este blog ya que no se trata
de una figura estática. Las filosofías orientales, con su visión de la vida
como un continuo devenir, una continua transformación, a menudo no se basan en
figuras fijas, eternamente 'buenas' o 'malas' según su inclinación innata.
La diosa Kishimojin
/ Saraswati / Hariti
cambia su actitud negativa cuando
el Buda, sinceramente preocupado por la situación, captura temporalmente uno de sus hijos.
Al descubrir en su propia piel
el sentimiento de desesperación que da el alejamiento de un ser querido, ella
se convierte en protectora de todos los pequeños y de sus madres. Ya no protege
únicamente a sus hijos, devorando a los otros niños.
Este cambio la convierte
en una de las deidades protectoras más importantes, para algunas corrientes de
pensamiento la más importante en absoluto.
Esta
leyenda me da la oportunidad de confutar la idea opuesta, la idea muy difundida
hoy en día en occidente de que la mujer sea un ser ya tendencialmente propenso
a la bondad, por naturaleza. Muy realisticamente, creo que la mujer y el
hombre, como todos los otros elementos del universo, tengan un gran potencial
sólo si trabajan constantemente en el desarrollo de sus actitudes positivas y en la
transformación de los sentimientos negativos.
La idea de que simplemente dando espacio a la mujer en las posiciones
de poder (estoy de acuerdo con la equidad, ahora sigo explicando) se cambie
positivamente la sociedad, dando por sentado que ellas gobernarán con actitudes
positivas, es ilusoria. Sin embargo,
si la mujer decide ejercer el poder que
tiene sobre sí misma, antes que nada, mejorándose,
puede cambiar toda la sociedad desde la misma posición donde se encuentra hoy:
su casa, su trabajo, un parque público o la presidencia de un gobierno. Al igual que cualquier otra persona.
Nuestra influencia en el ambiente es algo real y comprobable.
Nuestro poder personal es inmenso, y se encuentra
dentro de nuestro ser, nadie nos lo da, sólo hace falta que lo desarrollemos.
En este sentido, ponernos en discusión y
mejorarnos es indispensable.
Cualquier persona que quiere acceder a un
puesto de mayor poder se supone que se prepare y, como ideales, las figuras
estáticas no nos ayudan en este proceso.
Ver cuales actitudes interiores
podemos mejorar debería ser nuestra primera ocupación para desarrollar poder y
armonía.
Y aunque en determinadas situaciones nos sintamos víctimas
y no se nos haga fácil ver nuestras responsabilidades,
podemos empezar al menos
a reconocer nuestra escasa capacidad de explicarnos o la falacia de nuestra
forma de lucha habitual, y entonces mejorar nuestras estrategias. A partir de
allí, el sentimiento de rabia y autoconmiseración se alejará y se nos abrirán
muchas puertas.
Algo valioso siempre se puede empezar a hacer, aquí y ahora.
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